miércoles, 21 de enero de 2009

El tazón de madera



Cuando mi madre enfermó, en casa nos hicimos el propósito de no dejarla sola, de estar allí sufriendo con ella, olvidando a su par para poder mirar hacia el futuro. Cuando dejó de utilizar utensilios básicos, de asearse y de ser la mujer pulida que siempre había sido, mi hermana y yo nos armamos de paciencia y adecuamos todo para que no sufriera más de lo necesario.
Tarea dura, pero a la vez reconfortante y llena de enseñanzas.
Ayer hablaba con mi hermana sobre su suegra, que ha llegado a un estado en el cual no puede hacer la compra, limpiar o, simplemente, pasear sola; pensando en todo esto me ha venido a la memoria un escrito que encontré en Internet y que, en su día, pasé a mis hermanos...

EL TAZÓN DE MADERA

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.
La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil.
Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente".

"Derrama la leche hace ruido al comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor.

Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera.

De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le pregunto dulcemente: "¿Que estás haciendo?" Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos."

Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomo gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupo un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse mas, cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir.